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Centroamérica entre líneas: un blogcast de libros
Antología breve
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Antología breve

de Claudia Lars

Pasear por una ciudad centroamericana al amanecer es una experiencia gratificante. Cuando sol comienza a desperezarse, la ciudad se sume en una gama de color entre añiles, mostazas y anaranjados, acompañados del canto de los pájaros, porque en las ciudades de Centroamérica, aun en sus caóticas y bulliciosas capitales, siempre hay pájaros.

Y los que hemos tenido la oportunidad de caminar en el momento de la alborada en ciudades adornadas por volcanes, el amanecer cobra otra dimensión. Sus siluetas cónicas que adornan el horizonte tamizan las primeras luces de la mañana avisando al alumbrado público de que es hora de su descanso. Por ejemplo, pasear durante los minutos previos al amanecer por La Antigua Guatemala, ciudad de alma indígena y corazón colonial, es sentirse dentro de un cuadro de cualquier pintor impresionista; de aquellos que captaban la fugacidad del tiempo con sencillas pinceladas y un uso magistral y único de del color. Los débiles primerizos rayos de sol desvelan de su refugio nocturno las ruinas de iglesias y edificios civiles que paulatinamente se van convirtiendo en imponentes construcciones. Mientras las farolas se apagan paulatinamente, los empedrados de las calles comienzan a brillar conforme el sol zigzaguea entre nubes adormecidas y volcanes somnolientos. Y en estos instantes pareciera que la ciudad, aun callada, nos pertenece, pero en realidad, es la ciudad la que nos engulle como un elemento más de su arquitectura.

Estos despertares citadinos, pausados y coloridos, son similares en el parque La Leona en Tegucigalpa, Honduras, o el parque central de San José de Costa Rica o de Managua, en Nicaragua. Pero vivirlo en San Salvador es, además, hacerlo acompañado de la musicalidad de los versos de una de las escritoras más importantes de la poesía post-contemporánea centroamericana.

Así ¡vieja ciudad adolescente! -  amada en cada pecho y tan amante -  en este día de campanas puras recojo tu ceniza y tu vinagre. Así recitaría Claudia Lars, la poetisa salvadoreña en su exaltación lírica a la ciudad de San Salvador: a la multiplicidad de voces: los ecos del pasado prehispánico, la conquista española que están bajo su suelo, con su composición Ciudad bajo mi voz, un extenso poema en una invocación y tres estampas, publicado en 1947.

La poesía, arraigada a su tierra cuzcatleca de Claudia Lars, construye el mundo del poema con su propio lenguaje, con su sistema expresivo, un universo cerrado, un mundo en plena creación singular, peculiar del artista. Claudia Lars domina el difícil arte del verso, está en posesión plena de sus medios artísticos. Sus primeras creaciones poéticas devienen en un lenguaje poético bien construido, con todos los recursos figurativos-expresivos -palabra, rima, ritmo, entonación, armonía, color, estilo, arte mesurado y extremado, que apenas toca tierra. Puro vuelo alzado que puede seguirse con una clave aprendida. Claudia Lars logra en sus creaciones, el equilibrio armonioso en una poesía que la coloca en la primera fila del universo poético latinoamericano.

El primer libro de Claudia Lars se titula Estrellas en el pozo y fue publicado en 1934 en Costa Rica, por el editor Joaquín García Monge. Es emblemático su "Poeta soy", donde Lars asume su vocación literaria como parte fundamental de su ser. "Aspiración", dedicado a este editor, García Monge, la poeta quiere vivir en la plenitud de la verdad, no en las apariencias a las que nos condena la sociedad. Por eso se siente en capacidad de cantar abiertamente sus amores. Cantos de la madre y Canción redonda son dos poemarios en los que un sentimiento desconocido se le revela a Claudia: el amor materno. En Canción redonda reconoce la influencia de García Lorca, recién asesinado en España para ese entonces, a quien le dedica su "Romance del romancero gitano".

La sensibilidad social de la autora de Estrellas en el pozo no es un asunto de formas literarias. Antes bien, su preocupación por lo que ocurría en El Salvador a finales de los años cuarenta (cuando se da la lucha contra la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez) se expresa en el poema dedicado al "Indio Cruz", publicado en Romances de norte y sur. Este libro, como su nombre lo indica, es un canto a su doble origen: salvadoreño e irlandés. Claudia Lars asume como propias su herencia del norte la mitología celta y la tradición literaria irlandesa, heredadas de su padre- y del sur - el amor a la tierra indígena y su visión intuitiva del mundo. Si bien es cierto que ella no tuvo una participación política directa, en la década de los años treinta, ella reaccionó intensamente frente a la dictadura del General Hernández Martínez, y arropó a los movimientos democráticos culminantes en los sucesos del 2 de abril de 1944, aquella huelga de brazos caídos promovida por un movimiento conformado por estudiantes, empleados públicos y privados, hospitales, servicios de ferrocarril y buses, el cual hizo que el General Maximiliano Hernández Martínez depusiera su cargo del poder tras 13 años de régimen militar.

Ella no fue estrictamente hablando una militante política, sino que ella fue una conciencia lúcida ante el dolor social, abierta hacia el amor solidario y hacia las opciones humanizantes de la vida. Es, quizá, en su poemario La casa de vidrio, publicado en Chile en 1942, donde su poesía se vuelca al amor hacia los niños. El misterio de la maternidad alumbra definitivamente la voz de la poeta y será una constante en su obra a partir de este momento. En 1959 Claudia Lars publica Tierra de infancia. Esta vez no se trata de un libro de poesía, aunque la poesía late en cada una de sus páginas. Son escenas y sensaciones de su niñez. El sistema expresivo demuestra una técnica depurada. Imágenes y metáforas de síntesis que constituyen triunfos de la expresión cabal. Es un poema autobiográfico; de hecho, toda su poesía se encarna con la vida y se vuelve sangre lírica. Desde el Dibujo de la Fuga que relata la adolescencia mágica, el hilo teje el relato de Tierra de infancia, único libro en prosa de Claudia. En Escuela de pájaros, Lars toma aliento poético de las estrofas de canciones infantiles, esas canciones de infancia que lo mismo aparecen en El Salvador que en México o en Cuba. No son de nadie: pertenecen a la niñez hispanoparlante.

La obra de Claudia Lars transita paralelamente a su crecimiento como persona; la fuerza que emanan de sus primeras composiciones madura hasta la serenidad que transmiten sus últimas creaciones, fruto de la madurez de quien ya ha vivido lo suficiente. Su poesía es grande por la fuerza con que expresa los más diversos amores humanos, la ternura por su pueblo, la conciencia de su origen mestizo. Esta poesía, rica, además, en el dominio de las diferentes formas de versificación, es un remanso para los enamorados, para los niños, para los perseguidos. Poesía para todos, a la que nada humano le resulta ajeno.

La poesía de Claudia Lars es honesta, es Verdad. Una Verdad que no entra en las definiciones secas de la ciencia, sino en la magia de la fábula. Una Verdad para ser contada y cantada. Pues la poesía, con todo y su ser débil, es el último refugio que nos queda como sociedad.


Antología breve es una publicación de Claudia Lars y la Dirección de Publicaciones e Impresiones del gobierno de El Salvador la publicó en 2009. El escritor, catedrático y filósofo salvadoreño Luis Alvarenga realizó la selección de esta antología y su esclarecedora introducción.

Margarita del Carmen Brannon Vega, conocida por su seudónimo Claudia Lars nació en 1899 y falleció en 1974. Fue una poetisa salvadoreña. Su obra es considerada de un depurado lirismo y destaca por su dominio de la métrica. Y aunque esta escritora viene de un entorno privilegiado, el entorno social y cultural de las mujeres salvadoreñas y por extensión centroamericanas, a principios del siglo veinte se regía en su mayoría por la indiferencia sobre la necesidad de hacer de este sector de la población un actor social activo. A las mujeres, como era de esperarse, se les seguía consignando al espacio privado del hogar donde pudieran desenvolverse en su papel de madre y esposa. Esta ideología se revela tanto en la educación así́ como en los medios de comunicación y en la literatura escrita por miembros de ambos sexos. Las escritoras e intelectuales que proponían una agenda femenina más consecuente con la realidad cambiante de la época enfrentaron una serie de obstáculos para llegar a tener cierta visibilidad en la esfera cultural y social. No se podía hablar de feminismo pues el término equivalía a bancarrota familiar e inmoralidad. Fue necesario entonces buscar discursos alternativos para denunciar la opresión y discriminación de la mujer.

Más allá́ de su talento, Lars necesitó del padrinazgo y el apoyo de figuras importantes de las letras centroamericanas como Joaquín García Monge, director del Repertorio Americano, revista de gran circulación en todo el continente, y el poeta nicaragüense Salomón de la Selva quien le sirvió de maestro cuando recién comenzaba a dar sus primeros pasos en la poesía. Demás está decir que no todas las mujeres escritoras de la época tuvieron este tipo de guía intelectual, ni contaron tampoco con los medios económicos ni la cultura literaria que les permitieran dedicarse por completo al oficio poético como sí lo hizo Lars en sus inicios.

Lars pertenece a la estirpe de las grandes poetas de nuestra América. A esa lírica hecha por mujeres que sacó a la poesía latinoamericana de su postración mojigata, fruto de la sensiblería ochocentista; cantaron al amor con giros eróticos estupendos, con limpia inocencia invocaron la fertilidad de su cuerpo, su fecundación, el goce de vivir, madres que esperaban un mañana alegre para sus hijos: materna pasión que las convertía en tierra que esperaba la semilla de una nueva vida. Lars forma parte del universo mujeres poetas destacadas de inicios del siglo XX como las uruguayas Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini, la argentina Alfonsina Storni y la chilena Gabriela Mistral.

Claudia Lars escribe una poesía transparente, sin que deje de ser profunda; a veces su maestría formal la gana y olvidamos su mensaje, pero en cada poema suyo se encuentra a un poeta manifestando vivencias, abriendo caminos antes inéditos para nuestra sensibilidad, comunicando un estado de gracia, nunca antes de ella ni después encontrado en la poesía escrita por mujeres en El Salvador.

Algunas de sus obras son Estrellas en el pozo publicada en 1934; Canción redonda, en 1937; La casa de vidrio en 1942; Romances de norte y sur en 1946; Sonetos y Ciudad bajo mi voz, ambas publicadas en 1947; Donde llegan los pasos en 1953; Escuela de pájaros en 1955; Fábula de una verdad en 1959; Tierra de infancia en 1958; Sobre el ángel y el hombre en 1963; Del fino amanecer en 1966; y Nuestro pulsante mundo en 1969, siendo esta su última obra publicada. Entre los galardones y premios recibidos mencionaremos el segundo lugar del Certamen Nacional de cultura de 1962 por su obra Sobre el ángel y el hombre y el primer premio compartido de los Juegos Florales de Quezaltenango Guatemala en 1965 con Del fino amanecer. Antes de su fallecimiento obtuvo un doctorado Honoris Causa de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y fue distinguida con la Orden José Matías Delgado.


  • Lars, Claudia. Antología breve. San Salvador: CONCULTURA, 2009. ISBN: 978-99923-0205-7.

  • López, Matilde Elena (1983). Poesía última de Claudia Lars. En Boletín de la Universidad Centroamericana (n. 34). Recuperado de: enlace

  • Lindo, Hugo (1970). Claudia Lars, poetisa de América. Texto de charla impartida por el autor. Recuperado de: enlace

  • ·Princila Ticas, Sonia (2005). Las escritoras salvadoreñas a principios del siglo XX: expectativas y percepciones socio-culturales. En; Diálogos Revista Electrónica de Historia, 5(1-2),1-34. Recuperado de: enlace

  • López, Matilde Elena(1969).Claudia Lars y la poesía de una generación. En La Pajarita Pinta (no. 41). Recuperado de: enlace

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